En 1992, Antón Digón y Arturo Goicoechea, neurólogos del Hospital Santiago de Vitoria, enviaron una carta al Journal of Neurology, Neurosurgery & Psychiatry, una prestigiosa revista de Neurología:
Enlace a carta original en inglés
Les contesta Simon Wessely, un referente en “fatiga crónica”, diciendo que solo puede estar de acuerdo.
La carta ya demuestra las bases del marco teórico que ha seguido puliendo Arturo Goicoechea desde los 80 hasta la actualidad.
La dejamos traducida al castellano aquí abajo:
Síndrome de fatiga crónica (SFC)
Evitando el fútil debate entre lo orgánico y lo funcional, en nuestro departamento de neurología nos referimos a muchos de los problemas que vemos en nuestra práctica como “síndromes de vigilancia crónica”: patrones específicos de atención reforzada centrados en estructuras y funciones corporales concretas. Naturalmente, los más habituales en la consulta externa de un neurólogo son los “‘síndromes de vigilancia cefálica” en sus dos formas principales: la dolorosa, con sus diversas variedades de cefaleas crónicas, y la operativa, con su inestabilidad subjetiva, problemas de concentración y diversos giros.
Los pacientes con “vigilancia torácica” suelen ser remitidos a los cardiólogos o neumólogos, pero un buen número de ellos también acuden a nosotros, especialmente si presentan síntomas de hiperventilación, como mareos y parestesias. Entre los diferentes tipos de pacientes con fatiga, también estamos familiarizados con el paciente ocasional de “vigilancia neuromuscular” cuyos síntomas son paralelos a los de sus casos de SFC [síndrome de fatiga crónica]. Tenemos la impresión no controlada de que en nuestro entorno tales pacientes suelen tener una preocupación premórbida por su aparato locomotor.
Creemos que un elemento importante en todos estos síndromes consiste en las ideas erróneas de los pacientes sobre las causas, los mecanismos y el pronóstico de sus síntomas, derivadas de conceptos sanitarios populares y también, no pocas veces, de campañas de educación sanitaria contraproducentes y de comentarios de los médicos.
De hecho, nos parece notable que la influencia del interés público y médico por el SFC en su proliferación no figure de forma destacada en ningún debate. Por ello, nuestro enfoque de estos síndromes consiste principalmente en una especie de “terapia cognitiva” que intenta poner en primer plano las ideas del paciente sobre el problema y derribar las ideas erróneas, junto con un uso moderado de los fármacos. Nuestra experiencia nos dice que mientras que algunos de estos síndromes se pueden tratar razonablemente bien, otros son mucho más resistentes. Tal es el caso, por ejemplo, del “síndrome de vigilancia facial”, más conocido como dolor facial atípico, y del “síndrome de vigilancia neuromuscular”.
Afortunadamente, este último no es frecuente en nuestro entorno. Pero no por mucho tiempo. Nuestros compatriotas están empezando a ser instruidos sobre esta “nueva” enfermedad. El diario madrileño El País, de gran tirada, publicó un artículo a toda página sobre el SFC como “la enfermedad de los noventa”.
Un reputado hospital universitario privado también ha emitido comunicados de prensa sobre esta “inminente epidemia” e incluso un periódico local ha informado a nuestro vecindario sobre la forma de las cosas que se avecinan. Hace unos meses, una tertulia de televisión española acogió al “primer” paciente español con SFC.
Así que ahora nos estamos preparando. Wessely cita un artículo sobre “el papel de la cultura en la elaboración de un diagnóstico”: también hay un papel de la cultura en el desarrollo y la expresión de la enfermedad. Nuestros colegas están siendo educados en este nuevo patrón de autovigilancia, y la exitosa incorporación de España a las democracias occidentales se verá enriquecida por esta nueva adquisición cultural. También se les enseñará que esta enfermedad es crónica, duradera, que aconseja la inactividad y que no tiene tratamiento: una receta autocumplida para la cronicidad.
Aprenderán a desconfiar de los médicos que sugieran que sus síntomas, reales, incapacitantes y dignos de tratamiento como se les reconoce, pueden no deberse a una enfermedad orgánica específica comprobable: una desconfianza que les negará el primer paso hacia la mejora. Y es de suponer que los médicos españoles empezaremos pronto a publicar artículos sobre el SFC.
A Digón
A Goicoechea
MJ Moraza
Hospital Santiago Apóstol
Vitoria-Gasteiz, 1992
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